miércoles, 7 de noviembre de 2007

Una tarde en el cine

Dedicado a… ¡ya sabes a quién me refiero!, y a nuestros apuros cada que nos vemos en el cine, en el teatro o en cualquier lugar público. Eres puro veneno. Jaja. Te quiero... “…lento… amargo animal, que eres… que siempre has sido…”

Le dije:
-Quítese el sombrero porque me estorba.
Me volteo a ver.
-Deje de molestar –advirtió.
No me dejaba ver la pantalla. Le sugerí a mi acompañante que cambiáramos de sitio.
-No, quédate quieto, me da vergüenza –dijo, en voz baja. La miré con verdadera impaciencia mientras se llevaba un puñado de palomitas a la boca.
-Hágame el favor de ponerse el sombrero en la rodilla –Recapitule tocando su hombro.
Esta vez ni siquiera se inmuto. Me volví hacía mi acompañante, que entretenida sacaba otra tanda de palomitas, “¡Mierda!”, pensé.
-¡Ese sombrero me molesta! –Dije en voz perfectamente audible y enfadada.
Se lo quito. “Buen hombre”, cavilé. Poco duro el alivio, volteo de pronto y me dio un sombrerazo que me dejo desorientado y confundido. Oí risas alrededor. Se coloco el sombrero de nuevo.
-…para que no este molestando… –alcancé a escuchar que decía el sujeto para justificarse con nota burlona.
Mi acompañante me echo un vistazo extrañada.
-Deja de molestarlo –Suplico en un susurro.
Y nuevamente se lleno la boca. Creo que esta demasiado nerviosa.
No veo absolutamente nada de lo que ocurre en la pantalla. Sacó mi lámpara de bolsillo. La enciendo Abro mi libro y comienzo a leer. Es una luz tenue pero precisa, aunque con la oscuridad era notable por lo que mi compañera se volvió a mirarme con reproche.
-No seas absurdo.
¡Jah! ¿Yo absurdo? ¡Yo no soy el que usa un sombrero en el cine! Hice caso omiso.
El matemático Philip Cunningham seguía recordando su vida inútil entre razonamientos formalistas, análisis combinatorios, axiomatizaciones de teorías, eliminación de paradojas, cicloides, los círculos octogonales, las circunferencias tangentes, los problemas de Apolunio, las coordenadas cilíndricas, las ecuaciones diferenciales no ordinarias e integrales abelinas. Arturo Azuela nos esta contando las divagaciones de un matemático, pero nada a su vez. Página 229 y sigue sin pasar algo. Tan ensimismado estoy en la premisa de que el investigador emérito Zemansky, maestro de Cunningham, se preguntaba por cuadragésima cuarta ocasión si las matemáticas eran una ciencia cuando mi adjunta me codea con voz molesta.
-Apaga ya esa luz, ¿quieres?...
Y el sujeto de adelante, sin voltear, se quito el sombrero y me asestó un golpe con elegancia propia de los caballeros. Mi compañera se ríe bajo.
-¡Hey! –Exclamé al sujeto.
-Su luz me daña –Amonesto.
La miro a ella que sigue la película con ánimo exaltado. (Puedo jurar que a esas alturas no sé ni siquiera la trama. Eran tan lejanas para mí las risas o el pesado silencio de las personas que estábamos atrapadas en esa realidad sistémica. Pero yo sigo sin mirar nada.)
Me levanté.
-¿A dónde vas? –Preguntó ansiosa.
-Al lobby, ahí te espero...
Antes de salir y motivado aún por un impulso irremediable, di un manotazo al sombrero, que fue a dar dos o tres filas adelante. El tipo reaccionó con una furia inesperada. Cobardemente apresure el paso hacia el pasillo (mis ojos acostumbrados a la penumbra permitieron mi huida de manera fácil), mientras el sujeto me sigue. Algunas personas dramáticamente aúllan:
-¡Lo va a matar!
-¡Deténganlos!
No era para tanto, creo.
Salí al lobby para subir a prisa por las escaleras, la planta alta parecía una alternativa de escape sutil y efectivo. El tipo y su necesidad de desquitarse no aminoraban esfuerzos en alcanzarme.
-¡Detente infeliz mal nacido! –Imprecaba.
Oí unos aplausos.
-¡Corre más fuerte, compañero! –Me alentaban, aunque claro, también los había quienes suspicaces me culpaban de mi destino
La suerte estaba echada. Era el momento en que él cedía o yo me abandonaba a la persecución. Era una trampa. Si yo corría el sujeto me atraparía: si intentaba apresarme, yo me le escapaba. Pero yo era un estorbo evidente para los que estaban por delante y detrás de mí.
-¡Muévete grandulón! –Gritaban.
-¡A jugar a tu casa! –Entre otras cosas más vulgares.
El individuo seguía claramente alterado. Pensé, con cierta alegría (provocada por la adrenalina del peligro), que el ofendido debería ser yo.
O él o yo, tuve la generosa paciencia de esperar a que se le bajara la cólera. Me agache para no molestar la visión de los espectadores.
-¡Han de ser agentes encubiertos, par de psicópatas! –Esto me causo una risa divertida.
Estaba abochornado. Sudaba demasiado. Me sentía provocadoramente infantil. Juego y azar. Nada más apasionante en las matemáticas.
El tipo tuvo la desagradable idea de bajar las escaleras para ir por mí. No espere a ver su reacción de cerca, corrí como verdadero gallina Salí a la calle, cual noctámbulo trasunte, busque con la mirada a alguna autoridad, me acerque a un par de policías que exhalaban el aire frío, aparente tranquilidad con paso firme y rápido. Al verlo entretenidos seguí mi huída de manera ridícula. Al fin la salida, doble a la izquierda. Los mire, les sonreí calmadamente y camine por la transitada avenida. Anduve como el viento en un día de tormenta. En cosa de algunos minutos la ventaja que llevaba me sirvió para andar de manera más calmada y lejana del cine. Nadie me seguía. Tome el metro. Iba vació. “Gracias al cielo”, pensé, suspirando. Tome asiento. Abrí el libro en la página 132 de <>. Cunningham continuaba con sus desquicios inútiles. ¿A dónde iba? ¡¿Qué importaba?! Me baje en la siguiente estación. Salí. Estaba en Bellas Artes. Camine un rato más por la avenida Bellas Artes. Siempre es tan hermosa por las noches. Ahora me sentía tranquilo e increíblemente renovado.
Tal vez mañana le hable por teléfono para saber sobre su estado y la llegada a su casa. Quizá siga enfadada. Si me acepta la próxima vez la invitare solo a comer.
Torcí la boca en una mueca satisfecha, ¡por supuesto que quiero saber al menos el titulo de la película que fuimos a ver!

FIN

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