miércoles, 7 de noviembre de 2007

Comisiones

· Todos soñamos con el amor. Le damos categorías y nombres diferentes. Pero el amor por el amor, el amor como tema de esas noches de infortunio, ese amor va de la mano al deseo. ¿O habrá quien pueda separar el amor del deseo, habrá quien haga del amor una entidad separada del deseo?
· De noche el cuerpo es fuente de luz. Atrae en igual medida a los mediocres y a los trágicos, a los humildes y a los pagados de sí mismos. De noche el cuerpo es un gato caminando por el filo de la barda. Si el observador se acerca más de la cuenta, provoca que el aludido huya y se pierda para siempre. De noche el cuerpo es de nadie, aunque se le posea. Aun en ese momento sublime, el cuerpo tiende a hacerse uno con la noche. La noche es testigo de su pecado de amores. Y, quién no lo sabe, nadie puede apropiarse de la noche para su propio solaz.
· El cuerpo es complaciente, el amor es despiadado. Basta cerrar los ojos para que el cuerpo se nos dé. Para que aquellas formas que deseamos se torne primero visible y luego nuestra. El deseo es el ímpetu de esta transformación. Bajo la erigida del deseo, aun el cuerpo más impensado, más ajeno, termina por ocupar nuestro pensamiento. Un cuerpo suple a otro. Pues siempre ha habido cuando menos un cuerpo: el nuestro. Bajo la mano imbuida de deseo, aquel cuerpo se torna reconocible. Por la memoria está en la piel.
· Los cuerpos son quemaduras que en otros cuerpos se agrandan. Más aún, convierten a una piedra en un hombre. Pero, dice Cernuda, al paso del tiempo aquella quemadura desaparece para volver a ser piedra en el camino de nadie. El cuerpo, entones, es efímero, y como no... El placer que proporciona cuando se le toca, el gozo que despierta al paso, el sudor que se impregna a su vez, desaparecen aun antes que el deseo. Aun antes que el poema. De ahí que el cuerpo ocupe el primer rango en la memoria. El cuerpo en todos sus matices: aquellos cuerpos que nos tocan cuando somos niños, el contacto maternal y del cual dependía la vida; esos humores que salpican la nariz y que parecen desparramarse del trabajo cotidiano de nuestro padre; el grito de una llamada a comer cuando los platos están servidos, ese grito que hollaba nuestra alma, mucho antes que identificáramos el sonido de la música o de la poesía; las lágrimas maternas que bebíamos en la sopa de cebolla, a la luz tintinarte de un regaño, a la espera de la ventana de alguna travesura, a contra luz de una puerta mientras el sueño nos otorga una ristra de imágenes, cual guardián en su silueta...
· Un cuerpo siempre esta ávido de recibir otro cuerpo, en iguales circunstancias de asombro, de carne, de ensueño. Los cuerpos se buscan entre sí, como entre sí se buscan los versos para formar un poema. Somos cuerpos. La única certeza al perecer. Al nacer. El cuerpo es lo único que nos queda.
· ¿Cuales son los contornos verdaderos de un cuerpo, su límite, su especificidad, si el cuerpo es una brizna entre los elementos?
· Evocar el cuerpo que alguna vez fue nuestro; invocar la pasión que de pronto nos está más aquí, retrotraer la pasión que nos mira de soslayo no debe conducir a la amargura, sino a la reconciliación, a la dicha de haber gozado lo que la vida nos proporciona, que de cualquier manera, aquí, en la cabeza, aun es nuestro.
· Una cicatriz es una cosa aparte. Una cicatriz es los acontecimientos más memorables que le pueden suceder a un cuerpo. La cicatriz le da al cuerpo cierta permanencia incorruptible. Todo alrededor de ese cuerpo -lozanía, frescura- tiende a desaparecer o de hecho va desapareciendo; la cicatriz no esta sujeta a los caprichos del tiempo. Una cicatriz le da importancia a su poseedor. Es superior al resto. Ha padecido algo: dolor, violencia, enfermedad, castigo; que el resto del cuerpo no ha sufrido. Cuando la cicatriz se lleva en pleno rostro provoca estupor general, atrae las miradas como fragmentos al imán. Cuando una cicatriz va de un extremo al otro del vientre, provoca un deleite en el cuerpo del otro, unos deseos inextricables de fundirse en la piel cosida de la mano... y sanarla.
· En realidad los cinco sentidos están desparramados en el cuerpo, habitan el cuerpo de un punto al otro. Lo recorren en todos sus confines. Saben sus secretos, conocen sus hosquedades más profundas. Los sentidos deambulan la piel toda. Oímos con los dedos de los pies, vemos con los codos, olemos con las pantorrillas... El descubrimiento del lenguaje del cuerpo dura lo que nuestra vida. Jamás lo concluimos. Ciertamente el sexo enriquece esta exploración, pero de ningún modo es el único camino.

No hay comentarios: