miércoles, 4 de noviembre de 2009

Salvaje. (1a parte, inconclusa)

Simarie H. Ahablev fue a ver al médico artista Belba Shö-Azkaah, quien ejercía clandestinamente en una casa a pocos minutos de la rivera del Ganges. La mujer de Belba Shö-Azkaah recibió al visitante y sólo le informó que debía esperar. Simarie H. Ahablev tenía sed, y así esperó por cuarenta minutos en la opulenta sala de estár, de tapices persas y figurillas de cedro barnizado que representaban a las bestias mitológicas del Ishna-Rehven. Sinarie H. Ahablev pidió, una vez instalado en el consultorio del pintoresco galeno de canas desaliñadas y camisa empapada de sudor, que le injertara en lugar de su mano derecha, una garra de león bermejo. Belba Shö-Azkaah fijó el precio de la operación en 5500 piezas de oro, más el derecho pernada sobre el hijo que tendría la mujer de Sinarie H. Ahablev en un trimestre más, fuera éste mujer o varón, y habría de cumplir con esa porción del pago al cumplir el o la descendiente los doce años. El cirujano ofreció a su cliente una guantaleta disecada de la garra de un león, y Sinarie H. Ahablev se miró en el espejo de cuerpo entero con ella. Cubrió el borde tosco del guante con la manga de la camisa, y movió los dedos anchos rematados por las poderosas garras con arrogancia y una anticipada sensación de poder. Sinarie H. Ahablev firmó y pagó por anticipado 3000 piezas de oro que el contrato especificaba, más el documento de compraventa por tiempo efectivo en la reserva de Anjshii Shinamm, dónde habría de cazar al animal, en el transcurso de seis horas y media, tiempo máximo que los hombres de Belba Shö-Azkaah podían mantener distraídos a los guardias de la reserva mediante una operación que simulara una falla eléctrica, por lo que Sinarie H. Ahablev tendría que encontrar a su león bermejo en totales penumbras. Tal era el curso por el que llevaría a Sinarie H. Ahablev, su deseo por modificar su cuerpo moreno y correoso con esa nueva ingeniería salvaje, de modo que, la noche del cuatro de abril, armado con dos espadas Orbeau-Causijahe forjadas al acero, en una caldera calentada por la detonación del hergón, entró a la reserva de Anjshii Shinamm, provincia de Kali, en busca de su león bermejo. Sinarie H. Ahablev mojó sus ropas con la sangre de un innominati cabrío macho, y corrió entre la espesura negra. El deseo por el animal pronto lo condujo a un frenesí que, en aumento por las picaduras de los moscos Rakohov cuyo veneno es alucinógeno, lo llevaron a una demencia contemplativa, que disipó de sus ojos la ausencia de luz, y puso frente a él, como dos postulados grecos que se contraponen, al animal esplendoroso cuya melena rojiza se tragaba el viento y las estrellas. Como en un duelo pactado, la hembra furiosa, que no hambrienta, tomó para con el extranjero un rencor intenso, producto de la violencia que perfumaba el paraje, y arremetió contra su menudo adversario, hablando en lengua antigua el mantra de guerra del Sheiinäh Misaré: 'Hacia ti, que eres desde hoy y desde ayer y por siempre mi enemigo, declaro que no tengo más amor ni piedad. A ti, que eres desde hoy y desde ayer y por siempre un desalmado, te condeno. Hago de ti el peso, dinar a dinar, de una deuda sin razón de indulto, que has de pagar por entero con tu vida'. Los aceros de Sinarie H. Ahablev fueron cruzados, haciendo vértice en las puntas como dos truenos del cielo, y se clavaron en el estómago de Illia Zeghova, la leona bermeja, heredera de un reino más allá del mundo, y cazadora a su vez, en la noche más allá de todas las noches. El hombre extasiado no le perdonó la vida, pese a que sólo era una de sus garras la que debía cobrar. Un costo extra que sin duda Belba Shö-Azkaah reclamaría. Y que Sinarie H. Ahablev pagaría sin chistar, a saber de su demostración de supremacía de esa noche. Sacó de un movimiento las espadas del cuerpo tibio de la leona, y con la que sostenía en la mano derecha, le cortó la cabeza de tres fuertes tajadas. Sobrio, con pantalones y guayabera blancos y sombrero de palma, Sinarie H. Ahablev regresó a casa del médico con la pieza cercenada en una caja de orfebrería y plata. Belba Shö-Azkaah dió de comer y beber al hombre hipnotizado por su propia imagen alterada. Y a las once de la noche, luego de anestesiarlo con aceite de ébano, comenzó la operación. Cortó la mano humana, y seguro de sí, la arrojó en el cesto de los desechos. Unió los tendones de ambas partes, soldó con clavos los huesos, cosió venas y arterias con hilo de Rhöoste y sanó la herida. En la madrugada del siguiente día, se fue a dormir dejando a su paciente dormido. Y fue este quien al mediodía, se levantó por su propio pie, se vistió con el cambio de ropa que previno, y fue a pagar la segunda parte del adeudo. No quitó el vendaje hasta llegar a casa y encontrarse a solas. Ignoró la preocupación de su mujer y, a puerta cerrada, descubrió el nuevo miembro, cuya transición al brazo humano, era imperceptible, pues la obra del médico artista Belba Shö-Azkaah era perfecta. Pronto asimiló los nuevos manejos, mas le faltaba probar su fuerza recién adquirida, por lo que salió al patio y llamó a su perro, Ekeen, quien a primera instancia, no reconoció a quien era su cariñoso dueño. Sinarie H. Ahablev, escondiendo el antebrazo derecho en la espalda, acarició al perro con la mano izquierda y atrajo la cabeza del animal hacia su rostro para que lo lamiera, y cuando el perro hubo confiado plenamente en su amo, este lo tomó del cuello y con un esfuerzo apenas considerable, le hundió su garra en la piel y le quebró la medula espinal. El preció por la operación, pensó Sinarie H. Ahablev, era el justo. La sangre se esparcía por la manga de la camisa, por lo que la arremangó antes de entrar en la casa y se dirigirse al teléfono de la sala. Consultó el directorio telefónico y llamó a Kleptüs J. Deei, el retratista, para solicitarle que lo inmortalizara en un lienzo de gran tamaño, sentado a su silla real, de piel de bisonte y armazón de marfil, como Sinarie H. Reignatüs-Leus, que significa 'El que tiene por mano derecha, garra de león bermejo'. Así pues, Sinarie H. Reignatüs-Leus, posó por cinco semanas para Kleptüs J. Deei, el retratista, que luchó por denotar elegancia, porte y realeza en el ser aberrante frente a su caballete. Kleptüs J. Deei, el retratista tuvo que consultar la colección de pintura de los reyes antiguos de Connsea Fhien Dië, para copiar vestuario, joyería y peinado que suscitaran la viabilidad de abolengo en Sinarie H. Reignatüs-Leus, pero al fin y al cabo estuvo listo la mañana del primer día de agosto, fecha en que la esposa del engendro daría a luz. Sinarie H. Reignatüs-Leus despidió a la partera, y consoló a su mujer diciendo que nadie sino él debería ser quien recibiera a su primogénito. Puso a su mujer bajo el efecto de un somnifero, dejándola indefensa y dejándolo a él en completa libertad de espacio y tiempo para ejecutar el plan que había trazado en contra de Belba Shö-Azkaah. Desnudó por entero a su mujer, y la besó por última vez antes de alzar su garra y abrirle de un sólo golpe el vientre, matándola de inmediato, y sacar de entre la placenta destrozada a su hija, a quien bautizaría ungiendo con sangre de la palma de su garra de león bermejo como Boris Klaufmée.











Un circulo de misterio y fascinación rodeo el cuerpo. Ella estaba ahi, semidesnuda, con los
Nos encontrabamos reunidos a la misma hora de siempre. El silencio no era forzado, pero era una regla impuesta de manera gradual. Sentíamos que se escapaba algo del equilibrio tan magnificamente construido. Gozabamos de una perfecta sincronía. Una atmosfera de triste paz. Entonces "X" lo rompío de manera inesperada. Su voz era musical, modulada, coherente. Ninguna palabra tenía trazas de inútilezas.

"La lección será aprendida" Y sonrio. Era hermosa.

Sin duda, el impacto de ver esos sensuales lábios teñdos de carmín. Lo que ocurrío es aún difuso.

-Qué sucedio... -Preguntó el mp.

No hay comentarios: