miércoles, 4 de noviembre de 2009

La máquina

Cogió el último diario del estante. Atrapó al insecto con la vista, en un cálculo mental que hubiera dado un resultado correcto.

Apresuró la botella de cerveza oscura, y llamó al mesero para pedir la cuenta. Pagó con el único billete de denominación aceptada en esa tierra. Compró, además, cigarrillos sueltos. Salió rumbo a la estación de trenes. Se buscó en el bolso el boleto de tercera clase a St. Rémy de Provence. El viento que corría a través de una rendija del ventanal del vagón le azotaba unos cabellos en la cara, la mantuvo despierta la primera hora del trayecto. Luego durmió, luego creció y cambió de edad. Cambió de estación y de color de cabello. Al descender, ese febrero caluroso, lo hizo con una piel blanca de metal. Preguntó al oficial por el hotel Les Mas Des Carassins, y este no comprendió el idioma binominal y lo fastidió la voz deformada. Corrió al sanitario, atacado por fuertes espasmos, para vomitar. Ella esperó, contuvo el aire y tradujo sus pensamientos al idioma que conocía, pero las palabras, pese a la concordancia, no eran del francés. Era lenguaje de máquina. Y ella era una máquina blanca que se le figuraba un refrigerador. Conservaba todavía rasgos de las caderas y los senos. Cierta ondulación en el cabello que se enredaba en un inmenso cablerío. Pero a medida de los segundos, se transformaba más y más en máquina.

Indagaba sobre su funcionamiento, mientras avanzaba pesadamente hacía la salida para tomar un taxi. Buscaba inutilmente su cartera y su dinero. Su procesador, mediante el módulo de estadísticas le rindió el informe: Era una maquina para recordar.

Su travesía hacia la puerta principal de la estación terminó cuando su pesada ingeniería le impidió dar un paso más. recargada junto a un expendedor de camaras fotográficas. En fila con un número interminable de maquinas públicas y teléfonos y tragamonedas. Ahí perdió en unas horas su última cualidad humana. La boca le supo a hierro, y se cerró hasta ser sólo una ranura delgada donde cabían tarjetas de crédito. Esa noche tuvo su primer usario. Una viajante que olvidó dónde había dejado una de sus valijas. Sintió deslizar la tarjeta a través de su garganta. En su cabeza, un millón de datos ajenos y desconocidos llovieron detrás de sus ojos durante esos segundos. El dolor inmenso aumentaba, buscando un raudal por donde fluír. Sentía la necesidad de orinar, y en una reminicencia humana, se contuvo. Sintió un golpe en su frente. La viajante, enfurecida por la tardanza, dió un manotazo en su monitor. Y la máquina, por acto reflejo, obtuvo el dato y lo plasmó en la pequeña carátula con números rojos que cubría sus antiguos ojos: Aprobada.

La mujer tecleó la pregunta nerviosa y con faltas de ortografía, y, como algo que supiera desde siempre, la maquiná contestó. La mujer retiró la tarjeta; sintió que le arrancaban de tajo las palabras. No cabían formalismos en el método de su funcionamiento.

Uno tras otro, los olvidadizos usuarios preguntaban cualquier clase de inquietudes. Ir y venir de tarjetas de crédito. Consultas a la banca central. Recuerdos sin importancia; de hace una hora y de hace treinta años.

Más golpes sobre el monitor. Fallas eléctricas. Vasos desechables de café vaciós sobre su cubierta cada día más llena de polvo. Noches, fechas y rostros que se convertían en una inmensa base de datos que la engordaba como el azúcar de mil croisants diarios. El historial de recuerdos en un sistema incomprensible, sin sentimentalismos, clientes indiferentes, servicio inmediato. Eso sucede: la eficiencia hace que nadie observe hasta que se otorga un mal funcionamiento.

Llegó la temporada baja de turismo. Habían pasado diez meses, y la máquina, sin mantenimiento, con el teclado casi desbaratado, la pantalla rayada y la pintura deteriorada por el óxido, presentó la falla que haría que al fin fuera tomada en cuenta por un especialista. El técnico abrió la pesada pieza. Revisó la tarjeta madre principal, fulminada por completo. Revisó en el disco duro el origen del error. Lo escribió en su block para reportarla a la fábrica como unidad irrecuperable: Error en el protocolo inicial al escanear el siguiente recuerdo:

'Leman, Alejandra'_"¿Porqué he venido a St. Rémy?".

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