miércoles, 4 de noviembre de 2009

Carta: Una sublime contradicción

Hoy llueve en mi cabeza. Son las últimas notas de una canción insaciable y pretenciosa. Al fondo se deja ver un horizonte ilustre y auto-critico.... pero a estas alturas, ¡carajo! ya no espero nada.

Atacando a la fosilización, a tu ausencia, a la pérdida de talento y una quejumbre de teatro, leyendo en mi frente la penuria, el último suplico al redentor, alegando los cinco minutos de simpatía, a mi entrega periplanar para apartarme del bullicio.

Aquí ando, terrestre e incomprendida, con los ojos derramando vestigios de tertulias de mi socarrona autonomía. Y me pregunto mil veces ¿como estas? ¿Cómo se encuentran tus colores? ¿por qué pensarte me da tanta alegría?

Siempre fuimos mezquinos y mundanos en los azares del amor, incluso con el tiempo compartido, lo despilfarramos de manera abominable y perdimos ya el momento de volver a vernos con confianza, ahora pago un precio oneroso... no placentero...terriblemente suicida…

Y después de todo, de pensar en tanta mierda, de esforzarse por no parecer desesperado, de vivir al día sin pensar en ti y en tu ausencia, de creer que esta separación vale la pena, ya sea con una trova barata y sonidos mortuorios. Y Silvio ya no canta.

¿Te gustan las esferas? ¡son tan extrañas! La forma perfecta de la materia, del equilibrio, desafiando a la entalpía, multicolores ilusiones que eluden a mi alma. Me gustaría tanto traerte la cabeza, pero no soy suficiente para ti…

¡¡¡Saludos!!!

Por cierto, por si lo preguntas, me encuentro de lujo... ¿A poco no se nota?

¿Donde ha quedado la ilusión? ¿y la mirada de la cual te enamoraste? ¿y mi sublime terquedad por qué ya no respira?

Te amaba en la inmensidad de mi espacio, en los deliciosos frutos de mi misma, los estragos de tu querer se hallan borrados, robándome aventuras y me destrozan poco a poco en un mar de silencios imprecisos... ¿pero que más da? yo pierdo dignidad, y los destrozos esta matándome. Te regalo mis tristezas (es lo único que poseo ahora), además es mi reliquia más preciada, la única que siempre ha sido constante, la que no me queda mal nunca.

Y quisiera decirte siempre: Ya no trabajes. Vive de mi cuerpo. Si tienes hambre, arrancame la piel y si de sed se trata, sáciala con mi sudor -y en caso de ser beligerante, termina con mis fluidos sanguíneos-. Mis lágrimas han llenado mares e inundado poblados. ¿por qué no habrían de complacerte a ti, o mi vencedor agotado, guerrero en mil estrofas?

A nuestras nociones compartidas, a los desastres iracundos, a las palabras nunca dichas, al desazón de tus sigilos, a la muerte y a su farsa, a las lágrimas clandestinas, a la justicia tan inocua, a la gracia del aliento, al tiempo pendenciero, a nuestra luna caprichosa, a los reversos indecentes, al adiós y a su sequito, a tu rabia y tu nostalgia, al aluvión de los estoicos ritmos, a la ciénaga de tu humanismo, al reflejo de tu espalda, al sigilo de tu esencia, al compás de tu albedrío, a la locura de tu averno, a la saciedad que jamás compartimos, a nuestros gritos jocosos, al entendimiento que nos roba la ultima lagrima a la yugular, a las risas y al espanto, a la ligereza de tus chistes -horribles, jeje- a la tiranía de tu indiferencia, a la prosa de tu alma infiel y venturosa...


Te mando dos gotas de sudor, un manto del angora, cielos lucidos que envenenan al oído. Te quiero “Mares”.


Atentamente tu señora (in)fiel: la señora Yaqui Mares.

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