miércoles, 23 de diciembre de 2009

Hoy me corte el cabello tan corto como un muchacho, soy Alejandro para mis amigos, la loca, para los otros

Hice un examen de conciencia. Pense en todas las cosas que he vivido hasta entonces y en cuanto he perdido el tiempo. Mi mamá no deja de decirmelo: mediocre, sin expectativa, me caga que seas como tu padre... y de algún modo la entiendo, porque aunque intelectualmente mi mamá no es brillante ha sabido luchar por lo que quiere hasta obtenerlo. Alguna vez quisé ser así. Sueños tuve, sueños que parecían divagaciones literarias, me veía a mi en un plano secular, como corresponsal en oriente, escribiendo para vivir, o estudiando la filosofía de los existencialistas y sacando un libro de poemas crudos estilo bukowski. En ese momento los veía como realidades que se obstruían por a) no tener la edad adecuada b) no contar con los recursos. Hoy tengo 25 años. Crudos, insustanciales, sin victorias de las cuales pueda vanagloriarme o claudicar. 25 años dolorosos y solitarios. El azar decidio mi vida. Literalmente eche una moneda al viento y pense "QFB o Filosofía". Yo no tengo vena cientifica. Renuncie a mis mejores anhelos por un testarudo sentido visionario. Lo justificaba con expresiones como "es para probar que puedo, es para sentir que soy útil, es para determinar mi coraza dolosa". Y al final me quede desnuda. Agotada. Ahora sin tiempo ni ganas por delante. Sin la capacidad de impresión. La "alejandra la filosofa de propedeutico" desaparecio al paso de una carrera hacia la perdición y el desastre y dejo a una "alejandra de farmacia" a punto del colapso. Estos días me matan, porque en mi pesada roca sobre los hombros, ese estigma karmatico me vuelca en la amargura y la desolación de mis malas decisiones. Y de nuevo esa moneda que toma el rumbo equivocado. Para mí el destino es un fantasma insustancial que me abandona a la menor provocación. Aqui me encuentro, sin destino, sin un sólido presente, con un tormentoso pasado, con un tambaleante futuro, incierto, incomodo, rabioso. Y solía ser tan brillante. Tan destacada, porque en mi bullian las ideas perfectas de un ser que se cree dueño del mundo, del devenir, capaz de enfrascar lo peor y montarse en los cuernos de la luna. Y ahora estoy en un hoyo, donde reina la inmoralidad, la soledad, la pereza, la mediocridad, el cinismo y el patetismo. La Yaqui se pierde, entre la pornografía, las simplezas, el asco, la nausea. Alejandra es un nombre manchado de contrariedad y mediocridad, de absurdo y simpleza. Alejandra es un nombre, que se oculta entre las sombras de la vergüenza y la rabia. En mi rostro se han posado los signos del fracaso como mujer, persona, ser humano, artista y profesional. Sin expectativas, viendo los días abrirse y desaparecer sin poder sacar de ninguno el provecho necesario para renacer...

No tengo amigos, por lo menos cuando quiero llorar o deprimirme no los tengo. No he sabido sembrar bien la semilla que floresce a una cálidez de un cuidado esmero. No he sabido amar. El enigma del enamoramiento sigue enclaustrado en lo más vano, hondo, inmoral de mi ser. Mi pensamiento se acentúa en el patetismo, la sosobra.



He querido como a nadie. El recuerdo adolescente de mi primer amor a la edad adulta, ese amor doloroso y falaz, tan plagado de emoción, de mis más puros penares, tan egoista y belicoso... y trágico, porque el temor de perderlo me hizo dejarlo ir, como cuando se sostiene agua cristalina y se escapa entre las comisuras de los dedos... dedos torpes, ingenuos, incapaces. Desde ahi todo es frío. Soy un iceberg enamorado del amor ideal. Del amor que no duele, y que al final del día es una mera imitación... "El te quiero" dicho como un anuncio de rifa, pero pensado como si se leyera el clima. El capricho de no perder los estribos ni de acercarse un metro nadie. Construir un bunker para un corazón amargado, infantil, volviendolo insensible.



Mentiras de mi boca, las peores, desde las más sencillas a las más elaboradas. Mentiras que sirven como excusas imbéciles para justificar un acto, para quedar bien, para agradar, para engrandecer. Mentiras que obstruyen la verdad y que a la larga impiden distinguir lo real de lo ficticio...



¿Quién soy yo? Replanteo la pregunta ¿Quién putas madres soy yo en realidad? A ese nivel de violencia ha llegado mi examen de conciencia. ¿Quién soy? ¿Qué hace? ¿Qué busca? ¿Hacia donde va? ¿A qué se dedica? ¿De que vive? ¿Con quién duerme? ¿Donde habita?



Y mira que este rudo psicoanalisis le parte los nervios a cualquiera. No soy fuerte, pero si mazoquista. No soy una intelectual, soy de lo más chafa.



Odio a los niños porque les envidio. Odio a las parejas besandose, porque nadie me ha abrazado de esa manera. Odio ser yo, porque ese ser que me devuelve en el espejo es un mostruo, una desgracia, un embuste y una pena. Sin maquillaje, sin belleza, sin sentido humano más que el acierto de tener todos los defectos del mundo. Y así emergen mis dudas... mis temores... mis tristezas...



Y dios. Pienso en él a veces. Y los milagros, pienso en ellos también. Como aquel de no despertar un buen día. O cancer. O SIDA. O un asalto en mal término. ¿Pero te fijas dios que hasta para tomar el riesgo de matarme lo he sustituido por un hecho irremediable en el que yo quede como una victima de las circunstancias y no como la cobarde que toma el arma que guardo bajo la cama para jalarle un día?



Alguna vez quise hijos.



Alguna vez quise ser otra persona.



Alguna vez renuncie a mi.



Y aqui estoy. Pagando mis pecados, mis deshonras.



Una virginidad perdida de manera absurda. Y el sexo... sexo sin amor, sin pasión, sin alma. Porque eso soy. Porque eso doy y me dan.



Y el amor, vuelvo a él. Amor no tengo, pero quiero, amor busco, pero no lo encuentro.



Y estoy deprimida.



Mi estado basal es siempre deprimida.



¿Por qué carajo no soy normal? Digo, vivir al filo de la navaja, casada con un tipo, llena de hijos... nisiquiera esa excitación posee mi vida.



No quiero pensarme. No quiero verme. Las penas duelen menos con café.

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