lunes, 13 de abril de 2009

La vida de un hombre no puede estar tan vacía...

I
(Oda simbiotica a Carlos Mares)


Él es un genio con las letras. Anduve pensando en él todos los días desde que lo conocí, casi de manera obsesiva. Intimamos casi al momento a pesar de la edad. Él tenía 32 y yo 20. Carlos Mares. Nunca indague en la autenticidad, para mí él era más real que cualquiera que hubiera conocido al momento. Me seducía, me alimentaba el ser, el espiritú, la razón,intimaba mis sentidos y los volvía alerta, potencializados. No pude conocerlo por dos razones triviales: Cuando mi necesidad de verle era burbujeante, candorosa, casi una exigencia del ser él se nego... y cuando a él se le contagio la intensidad humeante que me mataba... la mia decayo y mis miedos se intensificaron, por simple inercia, nunca coincidimos en la misma idea loable. Pero nuestra sintonía era la misma en casi todo. Nos enviabamos mensajes por celular (ñoños...) demasiado romanticos.
"¿Me besas el corazón? ¿Me llevas a donde va el eco? ¿Me preparas un postre? ¿Me haces streaptease? ¿Me piensas? ¿Me imaginas? ¿Me quieres?"
"Yo digo que me dejes robarte. Que me dejes vivir donde guardas tus memorias de niña. Que me hagas pasar por tu color de ojos y me presentes como un mal con el que viviras para siempre".
"las primeras horas de su prisión fueron eclipses en su memoria. Luego todo se hizo miniaturas de sal que le impedían recordar. Escribio en el polvo lo que sabía: que la amaba".
Frases cortas que son proyectiles letales en un corazón avido de estima. Eramos unos solitarios desterrados del mundo. Incomprendidos. Raros sin querer serlo. Unos maniacodepresivos de lo peor... y entonces, mientras pienso en nuestras respectivas tristeza me manda la oda cumbre y me toma por la piel para jamás poder olvidarla:
"amor, dos días de cantina no te sacan una tristeza si la tristeza te la meten a tiros. ¿Donde duermes? Necesito de tus maravillas..."
Fui su esposa. Nos casamos por la leyes de los locos. Los lobos son testigos virulentos de nuestro pacto silencioso. Me llama su mujer y yo porto con orgullo ese rol. Mi feminimo jamás se ha sentido tan complaciente. Nisiquiera soy capaz de pensar en otra cosa que no sea ser su mujer, en el sentido obediente, manso, casi conyugal. Hablamos por horas con poesía, pero siempre en un anonimato ambiguo. Nadie me ha entendido hasta entonces como él lo hizo. Y lo extraño. Extraño a Carlos Mares. Nisiquiera a mis amores reales, nisiquiera a aquellos que me han lastimado de manera real. No extraño los besos de nadie más que las palabras que llegan a saciar una boca seca y marchita.
Aún lo extraño. Paso lo más vulgar y cotidiano a nuestra relación. Lo perdí en un arranque de celos. Cuando uno conoce los celos son mandas al señor. Cuando uno se devora por ese móvil irracional uno se soprende de las cosas que puede llegar a perder en un segundo. Lo borre de mi vida esperando que la reconciliación se sucitara pronto. pero cuando uno solo posee un hilo de comunicación... si se corta se le pierde absolutamente. Así de sencillo. Yo vivía en el DF y era universitaria, tenía sueños... él era un hombre a punto de publicar sus obras, odiaba su empleo y vivia en León Guanajuato. Ambos hemos cambiado, supongo, las cosas cambian, los seres, las personas ante todo. Nos perdimos en el anonimato de la Santa Lucia. Y absurda, torpe, infantilmente puedo declarar que he perdido al amor de mi vida cibernetica. Jah!

II

A mi me mata la tristeza. Soy una persona que esta siempre triste, pero eso me enfada. Ando por la vida con cara de furia. Y la gente se aleja de ello. Es un circulo vicioso, una mascara para evitar ser conocida por lo que soy. Dificilmente mi familia asociaria las letras a mis manos. Me consideran una persona indiferente y enfadada. La vena artistica no existe en mi sangre, pero aún así soy capaz de apreciar la belleza de las cosas elaboradas y las simples. Ambas las amo. No suelo llorar, pero a veces me ayuda. Mi esperanza es una cobardía siniestra, se aferra a los pocos vestigios minimalista de mi pensamiento, la simpleza la reflejo ante mi propia mediocridad. No logro plasmar lo que realmente bulle en mi cabeza. Una ristra de petardos, ideas incoherentes, pensamientos que divagan e imagenes encapsuladas que son eso:imagenes en cuyo vocabulario no tengo riqueza para adecuar esa imagen y transmitirla en el papel. Ojala y expresarse fuera más sencillo. No me gustan las palabras mal dichas, nisiquiera soporto las ideas sueltas o los bobos que hablan por parecer interesantes. Al mundo de las ideas no le hace falta ni una coma, pero mis miserables dedos no logran comprenderlo. Pienso en muerte, si, en su manera tan absoluta de existir. Me preocupan hechos aislados latentes, crecen sentimientos de pánico hacia todas las cosas por esta paranoia implicita. De verdad, creo solemnemente que estoy perdiendo la razón. Me siento cada vez más atrapada en mi cuerpo, demasiado humano, demasiado miserable y descuidado. Más que ayudar me estorba. Me estorba mi sexo, mi gordura, mi belleza peculiar. Me estrangula mi mediocridad, se agolpa en la garganta esa sensación de miedo al cambio, a los retos, a la vida misma. No he crecido en mi vida. Sigo siendo una cobarde. Tengo una edad en que mi vida deberia ser definida y comoda, pero los años criticos en que debí adaptarme al sistema pasaron sin darme glorias o evaluar expectativas. Todo es tan igual...

"Tengo miedo. Qué asco, después de haber despreciado a los demás, sentir la misma cobardía en el alma. Pero no importa. Tampoco el miedo dura. Voy al encuentro de ese gran vacío donde el corazón se sosiega. ¡Todo parece tan complicado! Sin embargo, ¡Todo es tan sencillo! Si yo hubiera conseguido la luna, si bastara el amor, todo habría cambiado. ¿Pero donde saciar esa sed? ¿Qué corazón, qué dios tendrían para la profundidad de un lago? Nada hay, ni en este mundo ni en el otro, hecho a mi medida"
CALIGULA. (último acto). Albert Camus.

III

...Los que un tiempo creyeron que mi inteligencia irradiaria extraordinariamente, cual una aureola de mi juventud; los que se olvidaron de mi apenas mi planta descendio al infortunio; los que al recordarme alguna vez piensen en mi fracaso y se pregunten por qué no fui lo que pude haber sido, sepan que el destino implacable me desarraigo de la prosperidad incipiente y me lanzó a las pampas, para que ambulara vagabundo, como los vientos, y me extinguiera como ellos sin dejar más que ruido y desolación...

IV

Antes de que me hubiera apasionado por cosa alguna, jugué mi corazón al azar y me gano la violencia. Nada supe de los deliquios embriagadores ni de la confidencia sentimental ni de la zozobra de las miradas cobardes. Más que enamorada, fui siempre dominadora cuyos labios no conocieron la suplica. Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal, que me encendiera espiritualmente, para que mi alma destellara en mi cuerpo como la llama sobre el leño que la alimenta. En vano mis brazos -tediosos de libertad- se tendieron en vano a hombres.

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