martes, 21 de abril de 2009

Anoche soñe con mi hermano

Estábamos reunidos en esa plaza a la espera de una solución. Éramos muchos, como es natural. Demasiado extranjeros en una patria intolerante. Detestamos ser violentados, explotados y amordazados con el anhelante pan de la libertad sin caer en el desquicio. Ellos prometieron dialogar… Nos estamos desesperando. Hicimos esto para ser escuchados. Muchos han muerto en las minas, en el mar, han desaparecido. Queremos respuestas.
De repente alguien grito que estallaría una bomba. Mi hermano de 17 años y yo nos tomamos de la mano, en un intento desesperado de solidaridad en el miedo, corrimos a las faldas de la ciudad, ahí donde las rocas se rompen en causal de otras tierras, otras vidas, rumbo a nuestro temido e ignorado mar. Los habitantes no consideramos paradisíaco ningún tesoro natural, de hecho, aquí la arena estorba en este rincón olvidado de dios, esta zona es estrictamente industrial y nos han traído para matarnos de cansancio y de hastió. A los pobladores no les interesa el cielo o la arena, al contrario, les resulta molesta porque les resta espacio para sus actividades comunes. Nos escondimos en un espacio reducido, cerca de una bolla, veíamos un concreto esparcido. No era una bomba la que nos persigue. Fueron interminables balas de los soldados que salían con armas empuñadas de violencia y temeridad, escupen en ristre miles de tiros y arrancan vidas en un oleaje de humo y pólvora. A mi hermano le dieron y yo ya no puedo seguir al verlo caer. Intente cargarlo, pero pesa demasiado. Entonces empiezo a revisarlo, sigue vivo, pero inconciente. En una milésima de segundo suceden cosas. Muchos caen, saco fuerzas de no sé donde y camino lo más rápido que puedo. Soy una mujer pequeña y él mide cerca del metro ochenta, pero Dios debe estar de nuestro lado. Pero porque dios no nos salva a todos. No voy a cuestionarle. Nos refugiamos en los quicios de los mares. En las construcciones de los viejos marineros que ocupaban para romper las olas y se fueron llenando de escombros. Mi hermano gime, lloro de alegría, creo que esta bien. Nos persiguen como perros a su presa. Nos borraran para poder traer otros que no estén viciados ni tengan expectativas. Mi hermano empieza a temblar. Son las 12 de la noche y sigue la matanza. Mi hermano ha dejado de sangrar. La herida no es tan profunda, pero no podemos movernos. Seguimos oyendo como cae uno que otro. Gemidos que juramos reconocer. Amigos con lo que compartimos la pena de existir en este lugar. Nos tomamos de las manos. No saldremos vivos. Lo sabemos. Moriremos antes de que nos encuentren. Antes de que sepan quién somos. Me sumerjo en las gélidas aguas un poco más. Mi hermano me toma del brazo y me fuerza a mirarlo. Su mirada me dice algo que me aterra: Lo vamos a lograr. Y desperte.

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