martes, 4 de junio de 2013

Dos, uno, dos... uno.. uno...

Había veces en que estaba tan entusiasmada con los eventos que estaban sucediendo que me dejaba arrastrar por la bruma. Otros días tenía esos ataques de euforia característicos de la gente bipolar. Me arrancaba una risotada pensar en el futuro, en mi vida sin ti. Pero hoy es un día rojo. Lo más raro es que tuve el periodo hace 12 días y nuevamente hoy. No he reparado en hacerme una revisión ni nada por el estilo. La verdad es que solo tengo tiempo para dormir o pensar en cómo sanar de tu recuerdo. Ayer venía pensándote. En cómo te posabas entre mis piernas y me abrazabas. En cómo me necesitabas y yo a ti. Me acuerdo y me sale agua de los ojos. No sé si sea tristeza o solo líquido para drenar. Aguante muchas cosas, aguantaste muchas otras más. Al final del día el filo de la navaja corto la tensión entre los dos. Y ese círculo… nos arrastró hasta el fondo de un abismo interminable. Ese frágil puente al que nos aferrábamos de polo a polo, esa comunicación fastidiosa, esas charlas sin sentido. Al final ocurrió lo más natural. Yo estaba loca. Me lo hiciste saber. Estaba loca y ya no pensaba con claridad. El temor de esas noches solitarias donde habitaba en tu recuerdo. Me sumergía en tus ojos, pensaba en tu sonrisa, en mis ganas por tus manos, por tu boca recorriéndome. Te extraño. De la manera más purista y carnal posible. Te extraño. No dejo de pensarte. De extrañar todo de ti. Porque yo te proyectaba en mi vida de manera permanente. Quería que fueras mi aliento, lo primero que mis ojos embelesados pudieran contemplar. No tendrás jamás una idea de lo mucho que te quiero. No podrás imaginar si quiera lo mucho que me haces falta. Pero ya qué. Cerrar los ojos. Continuar. No existe un amor predestinado… Nunca lo hubo. Que ingenuidad la mía.

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