sábado, 21 de mayo de 2011

Un llanto azul

Me he cepillado el pelo hasta dejarlo brillante, me he puesto mi vestido verde – el que te gusta – y he cruzado la plaza para llenarme los ojos con esa luz que se cuela entre las copas de los árboles y deja dos escarabajos de oro en mis pupilas. Porque voy a verte.
Porque voy a verte aún sabiendo que es para decirte adiós, para que me digas adiós, para que me aprietes las manos entre las tuyas y me hables del amor que ha crecido entre nosotros, pero no es una enredadera que da campanillas violáceas sino una hiedra oscura , que nunca sabrá de flores.

Sé todo lo que va a ocurrir:

Rodará un llanto azul por mi mejilla.

La nombrarás para sentirte menos culpable. Hablarás de ella, de sus años de fervor y entrega, de las tranquilas paredes de tu casa, sacudidas por las pequeñas manchas que les hicieron las manos de tus hijos. Hablarás también de ellos: dirás sus nombres con voz trémula, y yo me estremeceré y los acunaré en mi mente, como si me pertenecieran.

Es tu “yo pecador” hablarme de eso, después de haber soltado amarras, después de haber viajado conmigo entre tus brazos por un mar de ángeles sentenciosos y risas asfixiadas por tus besos y vientos de fuego quemándose en la sencilla y honda ceremonia de la pasión y el estremecimiento. Cuando me confesaste que no eras libre, ya estaba enamorada de vos, ya me querías.

Sentí que el universo se vaciaba y me tragaba en sucesivos terremotos; que me hundía buscando donde apoyar los pies.

Pero te quiero- dijiste.
Y la tierra volvió bajo mis pies, se cerraron las grietas, se soldaron los abismos, todas las cosas volvieron a su lugar.

Tan sólo una pátina gris sobre mi vida, sobre mi cuerpo, oscureciéndose, aplastando mis movimientos hasta volverlos lentos gestos de autómata.

-Pero te quiero.

Me colgué de esas tres palabras para no morir. Entonces empezó la ansiedad de nuestros encuentros.

Empezaste a nombrarla cada vez, a armarla para mí, para que supiera sus colores, sus actos, su forma de pensar.

Tan distinta de mí. Tan distante de vos y, sin embargo, teniéndote. Porque vos no sabías – todavía no sabías- que era ella y no yo quien te tenía.

Y yo lo fui sabiendo – sin querer, sin proponerme saber -, lo fui sabiendo día a día y fui ocultándotelo con miedo de que lo advirtieras.

Mientras no lo supieras me albergarías en un rincón de tu ser y de tu mente y seguirías pensando que yo era tu motor, que yo era la corriente de luz que te impulsaba, tu oasis, tu huerto y engalanado de frutos para el hambre y arroyos para la sed.

Egoísta, aferrada, empecinada, recortándote con el filoso cuchillo de la posesión; recortándote de tu estampa familiar en la que ellos te rodeaban, pude alargar mi agonía.

¿En qué momento descubre el árbol que su verdad es la raíz y no el libre ramaje que lo acerca al cielo y lo agita en el aire?.

¿En qué momento ibas a darte cuenta de esto? Unas semanas más, y sucedió.

Era lo inevitable, lo esperado con miedo, lo presentido. Eran los fantasmas corporizándose.

Me llamaste con una voz triste, pero segura y firme:

-Tengo que hablar con vos, por última vez...

-Bueno...

-Mañana, Ana; mañana a las tres de la tarde.

Y hoy es mañana.

Rodará un llanto azul por mi mejilla en el momento del adiós. Rodará un llanto azul por tu mejilla en el momento de la verdad.

¿Por qué entonces este afán de gustarte, este cruzar la plaza para llenarme de luz dando la hora del encuentro, si sé que va a ser el último y nunca más, nunca, nunca más volveré a verte, volveré a estrecharme contra vos?.

Voy a morir un poco y me acicalo.

Voy al entierro de mi luz y me ilumino.

Voy al martirio y río.

Azucaro el café, lo siento amargo.

Tiemblo, te quiero.

Voy a evitarte una tortura.

Voy a hacer algo por el amor que me recorre, que me aprieta frente al límite de tu olvido.

Llamo al mozo, pago mi café.

Huyo. Huyo de este lugar y del encuentro.

Me esperarás en vano. No verás mis ojos mojados. No tendrás que decirme tu discurso de despedida.

No responderé a tus llamados, si me llamás.

Ya ves te facilito la tarea. Evito que te conviertas en mi verdugo.

No es un acto de arrojo solamente; es una forma de inventarme la manera de creer que hubiera rodado un llanto azul por tu mejilla en el momento de la despedida.

Un llanto azul por mí.

Un llanto azul.

Porque si voy y estás sereno y duro, si voy y tus ojos permanecen secos, será la muerte verdadera, así... puedo llenar de azul este recuerdo.

De un llanto azul, un llanto azul por mí.

Invisibles cadenas....

No sé si ese avión que cruza el cielo, el que te lleva(si ya te fuiste hace tanto tiempo), pero para mì todos los aviones que rugen en el aire son fieras devoradoras que te tragaron, que te encierran en su vientre sin dejarte escapar, que anuncian la distancia: yo aquì oyendo a Hedwig cantar. Y tu allà, tal vez tambièn, y sin quererlo ni proponèrtelo, oyendo una canciòn de Hedwig, con su maravillosa noción de la homocripta.
Nunca hablamos de eso, de si algún otro te gustaba. Entre tantas palabras de amor, tantos adioses, tantos desencuentros y tanta despedida, no tuvimos tiempo de hacer nombres, de ponerle mùsica a lo nuestro, de leer a cuatro ojos las pàginas de un libro.
Y aquì estoy yo, dejada de tu mano, con una direcciòn para escribirte, pero ningùn indicio para imaginar tus acciones, tus pasos en cada hora del dìa. Tus horas de allà, aquí son diferentes porque permanecemos en distintas latitudes, en mi verano es tu invierno de alla arriba, tu sobretodo gris, tu risa de muchacho, tu nostalgia, quizàs tambièn una nota trayèndote a estas calles que nos son familiares y nos pertenecen por el solo hecho de haber caminado por ellas, de habernos salpicado con sus charcos los dìas de lluvia.
Otros tienen de ti lo que me falta: tu enjuto cuerpo, los ademanes de tus manos nerviosas, los gestos de tu cara, la honda arruga de tu desconcierto, los dientes en primer plano de tu sonrisa.
Otros tienen de ti lo que me falta: el olor de tu aliento, las bocanadas de aire con respuestas y preguntas lanzadas lentamente al aire, tu palabra de voz ligeramente hùmeda.
Les hablas en un idioma que conozco en forma elemental y cuyo significado más que entender, adivino, en las letras de las canciones que te dedico, llenas de melancolía (si, como todas esas veces que me dices que no entiendo...), de silencioso llanto en la noche por la que los aviones pasan llevàndote, todos los aviones te llevan y te llevan y te alejan hacia norte de todas las distancias.
Quisiera poder entibiar con el calor de mis manos el hueco que dejaste, pero para ello tendrìa que abrirme el pecho.
Ya ves, ni siquiera puedo tocarte.
Te aparecès de pronto dentro de mì, un instante nomàs, luego te escapas, huyes, flotas por largos kilòmetros hacia otro paìs, y me dejàs toda la soledad para mì sola.
Es demasiado soledad la que me dejàs.
Demasiado silencio.
Demasiado llanto.
Demasiada ansiedad.
Todo te lo llevaste.
Pensabas que era mejor asì: no atarte con promesas, no pronunciar palabras que te comprometieran a quererme en la distancia.
Dijiste que no querìas dejarme atada, pero la verdad es que no querìas quedarte atado a mì.
- Tendremos que estar mucho tiempo separados. Un año, dos ... quizàs màs ...
- No me interesa el tiempo, yo te quiero.
- Es tonto prometernos cosas que tal vez no podamos cumplir ... prefiero despedirme como si fuera una despedida comùn, de cualquier dìa. Y reunirnos a mi regreso, como si tal cosa, si es que aùn queda algo de lo nuestro en nosotros.
- Eso es cruel.
- No, no es cruel, es generoso. Lo egoìsta es dejar de vivir lo que la vida pueda acercarte, acercarme.
- Pero si yo te dejo libre ..., sòlo te pido que si me quieres, me quieras y me lo hagas saber.
- Ah ..., què finas cadenas invisibles y fuertes son las que llamas libertad, què finas cadenas, finas e irrompibles son esas con que quieres asfixiarme. Dejemos todo asì. Que sea el tiempo el que cure, el que mate, el que mantenga encendida la llama o la vaya apagando poco a poco.
Aplastaste mis ilusiones esa vez, debí verlo, debí saber.
Dijiste Adios. Alla no dices Adios, dices "Bye"
Tal vez tambièn dices palabras de amor allà.
Tal vez no. Tal vez las guardes para mì y las traigas de regreso el dìa menos pensado, a cualquier hora, llegando en un avión cuyo rugido en el aire de esta tierra me parezca distinto..., y en vez de ser el avión que te lleva constantemente, todos los dìas, todas las tardes, todas las noches, todas las veces que levanto mis ojos para verlo cruzar el aire ..., sea el avión que te traiga y te deje a mi lado para siempre. Y ya no temas mis invisibles cadenas, ni mi visible amor, ni mi visible emociòn, ni mi visible llanto.

martes, 10 de mayo de 2011

Romance de la Doncella Guerrera

Hace muchos, muchos años, en la primaria leí un poema que me gusto mucho....
Quizá era muy joven, pero tenía un ligero conocimiento del romance (a lo mejor muy cavernícola). Incluso hice un cuaderno de dibujitos (muy chistoso) para ilustrarlo. Lo recordé de pronto (después de casi 20 años), je je. Disfrute re-leerlo.. Quizá ya lo escuchen muy choteado, pero esta bueno.


Pregonadas son las guerras de Francia para Aragón,
¡Cómo las haré yo, triste, viejo y cano, pecador!
¡No reventaras, condesa, por medio del corazón,
que me diste siete hijas, y entre ellas ningún varón!
Allí habló la más chiquita, en razones la mayor:
-No maldigáis a mi madre, que a la guerra me iré yo;
me daréis las vuestras armas, vuestro caballo trotón.
-Conoceránte en los pechos, que asoman bajo el jubón.
-Yo los apretaré, padre, al par de mi corazón.
-Tienes las manos muy blancas, hija no son de varón.
-Yo les quitaré los guantes para que las queme el sol.
-Conoceránte en los ojos, que otros más lindos no son.
-Yo los revolveré, padre, como si fuera un traidor.
Al despedirse de todos, se le olvida lo mejor:
-¿Cómo me he de llamar, padre? -Don Martín el de Aragón.
-Y para entrar en las cortes, padre ¿cómo diré yo?
-Besoos la mano, buen rey, las cortes las guarde Dios.
Dos años anduvo en guerra y nadie la conoció
si no fue el hijo del rey que en sus ojos se prendó.
-Herido vengo, mi madre, de amores me muero yo;
los ojos de Don Martín son de mujer, de hombre no.
-Convídalo tú, mi hijo, a las tiendas a feriar,
si Don Martín es mujer, las galas ha de mirar.
Don Martín como discreto, a mirar las armas va:
-¡Qué rico puñal es éste, para con moros pelear!
-Herido vengo, mi madre, amores me han de matar,
los ojos de Don Martín roban el alma al mirar.
-Llevarasla tú, hijo mío, a la huerta a solazar;
si Don Martín es mujer, a los almendros irá.
Don Martín deja las flores, un vara va a cortar:
-¡Oh, qué varita de fresno para el caballo arrear!
-Hijo, arrójale al regazo tus anillas al jugar:
si Don Martín es varón, las rodillas juntará;
pero si las separase, por mujer se mostrará.
Don Martín muy avisado hubiéralas de juntar.
-Herido vengo, mi madre, amores me han de matar;
los ojos de Don Martín nunca los puedo olvidar.
-Convídalo tú, mi hijo, en los baños a nadar.
Todos se están desnudando; Don Martín muy triste está:
-Cartas me fueron venidas, cartas de grande pesar,
que se halla el Conde mi padre enfermo para finar.
Licencia le pido al rey para irle a visitar.
-Don Martín, esa licencia no te la quiero estorbar.
Ensilla el caballo blanco, de un salto en él va a montar;
por unas vegas arriba corre como un gavilán:
-Adiós, adiós, el buen rey, y tu palacio real;
que dos años te sirvió una doncella leal!.
Óyela el hijo del rey, trás ella va a cabalgar.
-Corre, corre, hijo del rey que no me habrás de alcanzar
hasta en casa de mi padre si quieres irme a buscar.
Campanitas de mi iglesia, ya os oigo repicar;
puentecito, puentecito del río de mi lugar,
una vez te pasé virgen, virgen te vuelvo a pasar.
Abra las puertas, mi padre, ábralas de par en par.
Madre, sáqueme la rueca que traigo ganas de hilar,
que las armas y el caballo bien los supe manejar.
Tras ella el hijo del rey a la puerta fue a llamar.

sábado, 7 de mayo de 2011

Como esperando Abril

Silvio Rodriguez llego en un momento valioso de mi vida. 13 años tenía, un padre estricto, una vida de trabajar por el pan, hormonalmente inestable era yo, así que le agradezco que poeticamente llegara para hacerme entender en la belleza de la trova.

No hay muchos lugares a los cuales refugiarse cuando eres un profugo social, e intelectualmente insatisfecho. Yo era pobre, timida y erroneamente inconforme con la religiosidad y el espanto de la guerra politica y la nausea por la corrupción en un pueblito del estado de méxico.

Así era yo. EN ese momento pensaba que mi vida era un asco, siempre me quejaba. Pero ahora lo recuerdo con nostalgía a mi tocando la guitarra, a mi haciendo un periodico escolar, a mi haciendo poesía anonima y pegandola en las paredes de la escuela.. a mi levantando el puño ante las injusticias.

Silvio fue parte de ese proceso, antes de él solo era una niña que quería un peinado beatle, enamorada de Paul McC y soñando volar en el tiempo para ser la pupila de lennon y amante de Bob Dylan.

Sería lindo volver a lo básico. ¿no?

La carta

Sumida en sus pensamientos, en sus más grandes horrores, Eli abre la carta mientras exhala el humo por la boca.

La justicia, valiosa, interpretativa a las normas torrenciales, abre un hueco en su corazón palpitante.

La carta tiene una apostilla, viene del consulado.

Le roba un suspiro nacido del alma, una lágrima amarga, seguida de una sensación de bienestar.

Paulo regresa de Jordanía, ileso.

Ella se abraza a la carta, se tira en la cama, cierra los ojos, esta muy contenta.

Es hora de dejar descansar a la razón.